29 de septiembre de 2024-- 26º domingo “B”

Núm 11,25-29; Sant 5,1-6; Mc 9,38...48

H o m e l i a

           En el libro de los Números, del que está tomada nuestra primera lectura, el pueblo se queja muy a menudo. La vida en el desierto es dura y exigente. Durante meses no habían tenido más alimento que el maná. Estaban hartos de ese maná, que sin duda les había evitado morir de hambre, pero que empezaba a provocarles náuseas. Y Moisés, que había sido su guía desde que salieron de Egipto, se hartó de ellos. El pueblo se queja de Dios y Moisés se queja del pueblo. Entonces Dios también se enfada (Núm 11:10) y le dice a Moisés: «¡Muy bien! Es demasiado para ti cargar con todo el pueblo tú solo. Reúne a 70 ancianos en la tienda de reunión y les daré algo del Espíritu que has recibido».

           Moisés hizo lo que Dios le dijo. Pero dos de los 70 que había elegido, Eldad y Medad, no acudieron a la tienda de reunión a la hora señalada. Lo extraño fue que recibieron el Espíritu, como los otros 68, y comenzaron a profetizar. Josué, la mano derecha de Moisés, trató de detenerlos. Pero Moisés, que no era nada mezquino, le dijo que les dejara hacer, añadiendo incluso que quería que todo el pueblo mostrara el mismo don de profecía. ¿Por qué tener celos del Espíritu recibido por otros? Nadie posee el Espíritu. Al contrario, es el Espíritu quien puede poseernos si quiere.

           Algo parecido sucede en el Evangelio que acabamos de leer. Esta escena es la continuación de la que leímos el domingo pasado, en la que Jesús decía: «El que acoge a uno de estos pequeños, a mí me acoge; y el que me acoge a mí, acoge al que me ha enviado». Algún tiempo después, los discípulos se sintieron frustrados porque alguien que no era uno de ellos expulsaba demonios -es decir, realizaba curaciones- en nombre de Jesús. Juan, que era el discípulo amado pero también, junto con su hermano Santiago, uno de los dos «hijos del trueno» que querían hacer caer fuego del cielo sobre los que no recibían a Jesús, hace exactamente lo mismo que Josué. Hace incluso más, porque no le pide a Jesús que los detenga; simplemente le dice que él quería -que él mismo se encargó- de detenerlos. Se hizo defensor de los derechos de autor de Jesús.

           Para comprender la frustración de los discípulos, y de Juan en particular, debemos recordar que, algún tiempo antes, Jesús había enviado a sus discípulos a una misión con el poder de expulsar demonios. Habían regresado orgullosos de sus proezas, pero un hombre había llevado más tarde a Jesús a su hijo poseído, diciéndole que los discípulos no habían podido curarlo. A veces es difícil aceptar el éxito de los demás, sobre todo cuando nosotros mismos hemos fracasado. También podríamos pensar que esta historia refleja las tensiones presentes en la primera comunidad cristiana en la época en que se escribió el Evangelio de Marcos.

           El comentario de Juan es mezquino: «alguien que no nos sigue...». No dice «alguien que no es uno de vuestros discípulos», sino «alguien que no nos sigue»... Así que defiende sus propias prerrogativas tanto como las de Jesús, como hacen la mayoría de los que salen en cruzada para defender los intereses de Dios o de la Iglesia... A esta observación mezquina, Jesús responde simplemente: «No se lo impidáis... el que no está contra nosotros, está por nosotros».

           Nuestro Evangelio contiene una segunda parte, en la que Jesús advierte contra el escándalo de los «pequeños», utilizando imágenes muy fuertes -la mano y el pie cortados y el ojo arrancado- para subrayar la gravedad de tal escándalo. Estas dos partes del Evangelio son realmente complementarias: la sección sobre los «más pequeños» muestra claramente lo que significa «ser para Jesús». Significa haber renunciado a las ambiciones de poder y de honor, haber adoptado una actitud de servicio, y también una amplitud de corazón y de mente que hace que nadie pueda quedar excluido del servicio realizado en nombre de Dios.

En su respuesta a Juan, Jesús nos enseña que el hecho de haber sido llamados a ser sus discípulos no nos convierte en los únicos depositarios de su verdad y de su salvación. Hemos oído el mensaje de Cristo y lo hemos creído. Este mensaje debe ser proclamado de palabra y de obra, con la vida. Lo importante es que se proclame. Millones de personas en partes del mundo donde el cristianismo apenas ha penetrado viven honesta y sinceramente los valores por los que Jesús vivió y murió. Son testigos de Jesús incluso sin saberlo. Otros más cercanos a nosotros, sin llamarse cristianos, o incluso quizá llamándose ateos porque han rechazado las falsas imágenes de Dios, viven el Evangelio en su vida cotidiana. También de ellos dijo Jesús: «El que no está contra mí, está conmigo».

En nuestro tiempo, en el que tantas voces llaman a la lucha entre culturas y religiones, dejemos que este mensaje de Jesús abra nuestro corazón y nuestra mente a esta primera etapa del diálogo, que consiste en reconocer la gracia y la profecía en la vida del otro, sea cual sea su pertenencia institucional.

Armand Veilleux