14 de octubre de 2024: lunes de la 28ª semana del tiempo ordinario

Rom 1,1-7; Lc 11,29-32

Homilía

            El profeta Jonás fue enviado por Dios a los paganos de la ciudad de Nínive. Pero él no quiso la misión y huyó a la ciudad de Tarsis. Esto, como sabemos, le llevó -a él y a todos sus compañeros- a una terrible tormenta. En medio de esta tormenta, reconoció su pecado y aceptó -incluso pidió- ser arrojado al mar para aplacar la ira de Dios. Comenzó entonces una experiencia de soledad, simbolizada por el tiempo que pasó en el vientre de un gran pez, antes de iniciar por fin su misión de predicar un mensaje de arrepentimiento. Sin embargo, le resultaba imposible comprender que una ciudad pagana pudiera convertirse a Dios; y cuando lo hizo, se disgustó. Como sabemos por el resto de la historia, Dios le hará comprender, a través de la imagen de la planta que crece en un día y muere al siguiente, que Él, Dios, tiene el mismo amor misericordioso por la ciudad pagana de Nínive que por el pueblo de Israel.

            A esto se refiere Jesús cuando dice a los escribas y Fariseos, a los que llama «generación pervertida», que la única señal que se les dará será la señal de Jonás. No debemos ver esto simplemente como una alusión al hecho de que los tres días de Jonás entrando y saliendo del vientre de la ballena son simbólicos de los tres días de Jesús en la tumba y su resurrección. Pero las palabras de Jesús no se limitan a eso, pues también les habla de la conversión del pueblo de Nínive y de la reina de Saba, que vino a escuchar la sabiduría de Salomón. El mensaje de Jesús es universal. La salvación es para todas las naciones.

            Un padre de la Iglesia, san Pedro Crisólogo (que fue obispo de Rávena, en Italia, a principios del siglo V), tiene un comentario muy bueno sobre este texto, en el que muestra cómo la historia de Jonás se cumplió en Jesús. Incluso llega a decir que Jesús huyó de la faz de Dios, igual que Jonás, citando el hermoso texto de Filipenses 2. (El que era igual a Dios dejó esa condición divina para hacerse uno de nosotros.... El Padre lo resucitó y su mensaje se difundió hasta los confines de la tierra).

            A menudo somos como los escribas y los fariseos, que piden a Dios que nos dé señales. También somos como Jonás, que nos negamos a acudir a aquellos de nuestros hermanos y hermanas que consideramos que pertenecen a otra categoría, a otro grupo, a otra clase. Por eso, a veces Dios nos lleva y nos hace pasar por una tormenta, una experiencia de soledad o quizá de fracaso personal. Intentemos entonces ser como la reina de Saba, que no dudó en ponerse en camino, abandonando el camino trillado de nuestras certezas -o de nuestras ilusiones- para escuchar la sabiduría de Dios, esa sabiduría que se nos ofrece constantemente en la escucha y la mediación de la Palabra de Dios, pero también en la escucha de nuestras hermanas y hermanos.

            Así pues, volvemos siempre al corazón del signo de Jonás: no hay plenitud de vida sin un paso por la muerte. Debemos morir siempre a nosotros mismos para que Cristo pueda nacer -y renacer siempre- en nosotros.

Armand VEILLEUX