13 de octubre de 2024 - 28º domingo "B"

Sab 7,7-11; Heb 4,12-13; Mc 10,17-30

Homilía

            La comparación de las distintas versiones de este relato que se encuentra en los tres evangelios sinópticos nos muestra que el relato ha sufrido una evolución bastante compleja que no es necesario analizar en este momento. Recordemos simplemente que, en su estado actual, en el Evangelio de Marcos, la historia tiene dos temas entrelazados: El primer tema se refiere a la incredulidad de los judíos y el segundo a la dificultad de entrar en el Reino de Dios con riquezas. Considerémoslos por separado.

            En primer lugar, debemos recordar que, en este mismo momento del Evangelio de Marcos, Jesús está encontrando cada vez más incredulidad y oposición por parte de los Judíos, y que se dirige a Jerusalén, donde será condenado a muerte, como ya ha anunciado en más de una ocasión. Es necesario recordar esto para comprender lo que significa su invitación: «Ven y sígueme».

            El joven de este Evangelio plantea a Jesús una pregunta verdaderamente importante, que está en el corazón de todo ser humano: «¿Cómo puedo heredar la vida eterna? o »¿Cómo puedo salvarme? Pero no formula bien su pregunta. Se dirige a Jesús como «buen maestro», tratándolo como a un rabino más. Simplemente quiere conocer la opinión de un maestro entre muchos, reservándose el derecho a juzgar si su enseñanza le complacerá o no, el derecho a aceptarla o rechazarla.

            Al recordarle que sólo Dios es bueno, Jesús ya está dando a entender que su respuesta no será la de una escuela, sino un mandato divino que exige acción y no una discusión interminable.

            Jesús recuerda al joven el núcleo central de la Ley. Notemos de paso que omite los primeros preceptos del Decálogo que se refieren a Dios y cita sólo los que se refieren al prójimo, indicando así claramente que la vida eterna que a Él le interesa no es una vida después de la muerte que pueda ganarse por los méritos de las propias acciones, sino el «reinado de Dios» iniciado aquí abajo en la justicia y la caridad. El joven pareció un poco picado por la respuesta de Jesús y, como buen fariseo, añadió: «He hecho todo esto desde que era joven. -- He guardado toda la Ley. Tengo buena conciencia. (En la versión de Mateo, añade también esta pregunta, probablemente más bien retórica: «¿Qué más me queda por hacer?

Esta actitud legalista es castigada por Jesús, que añade: «Sólo te falta una cosa: anda, vende todo lo que tienes, dáselo a los pobres... y luego ven y sígueme».

            En este punto queda claro que las preguntas del joven no eran más que una cortina de humo. Enfrentado a las exigencias de la fe, admite que no puede con ellas. Cuando se le invita a dejar de lado sus cuestiones morales y legalistas para conocer y seguir a Jesús, se retira. En última instancia, creer y salvarse significa aferrarse a la persona de Jesús... incluso mientras camina directo a su muerte.

            Vinculado a este primer tema hay un segundo -un tema muy querido por Jesús- según el cual nadie puede estar unido a Jesús a menos que se desprenda de todo lo demás o de todos los demás. El joven en cuestión no podía apegarse a Jesús porque tenía grandes posesiones y no podía resignarse a renunciar a ellas para seguirle.

            La lección del primer estrato de esta historia es que la salvación es un don gratuito de Dios. Tanto el joven que se acerca a Jesús como los propios discípulos, al final del relato, se preguntan: «¿Quién puede salvarse? La respuesta de Jesús es que es imposible que alguien -rico o pobre- se salve. Los que pueden salvarse son los que Dios salva. Es imposible para los hombres. Para Dios es posible, y siempre ofrece este don a todos.

            Sin embargo, para recibir este don, debemos crear un vacío en nuestro interior que anhela ser llenado. El historiador judío Josefo cuenta cómo el general romano Pompeyo, después de capturar Jerusalén en el año 63 a.C., entró en el Lugar Santísimo del Templo con sus ayudantes y no encontró nada, absolutamente nada. Esta era la forma judía de imaginar la naturaleza inefable de Yahvé. Del mismo modo, los místicos siempre han considerado este vacío, esta «nada», como una condición necesaria para transformarse en Dios, para salvarse.

            Jesús repitió este mensaje utilizando muchas figuras: «En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto».

            Cuando Jesús, camino de Jerusalén, dijo a su aspirante a discípulo: «Ven y sígueme», le estaba invitando a compartir este misterio pascual. Pero esto supone la renuncia a todos los apegos y deseos. Antes había dicho a los demás discípulos: nada de oro, plata o cobre en vuestros cinturones, ni bolsa para el día, ni muda de túnica, ni sandalias, ni bastón.

            Este relato narra la historia de Jesús llamando a un hombre. Siempre llama a cada uno por su nombre. Cada uno de nosotros tiene que descubrir exactamente cuál es su llamada personal. Pero como todos estamos llamados a la salvación, también todos estamos llamados a alcanzar alguna forma de auténtico desprendimiento del corazón.

Armand Veilleux