25 de octubre de 2024 - Viernes de la 29ª semana (años pares)

Ef 4,1-6; Lc 12,54-59

Homilía

Hoy llegamos al final de nuestra lectura de este largo capítulo 12 del Evangelio de Lucas, que reúne un gran número de enseñanzas de Jesús en distintas circunstancias. El hecho de que la mayoría de estas circunstancias nos sean desconocidas hace más difícil su interpretación. Los dos pequeños «logia» de hoy son palabras de sabiduría que, evidentemente, pueden aplicarse a cualquier situación.

En el primer caso, Jesús se dirige a los campesinos, y sin duda también a los pescadores de Galilea, que habían aprendido a vivir en comunión con la naturaleza y sabían predecir el tiempo que haría al día siguiente mirando las nubes y examinando la dirección del viento (sin duda eran tan exactos como nuestros meteorólogos de la radio o la televisión, que a veces nos dicen que hay un 50% de probabilidades de buen tiempo o un 50% de probabilidades de lluvia). De hecho, Jesús parece admirar su capacidad para predecir el tiempo, y les reprocha que no sean tan buenos reconociendo el momento donde viven.

Por eso, Jesús pide a sus discípulos que utilicen su inteligencia, su experiencia y su juicio para discernir los signos de los tiempos. Estos signos no revelan su significado sin un análisis serio y profundo. Este es un aspecto esencial de la vida contemplativa, una actividad contemplativa. La actitud contemplativa consiste en la escucha constante de la Palabra de Dios. Dios nos habla a través de la Escritura y de la Tradición, habla a cada uno de nuestros corazones, pero también nos habla a través de los acontecimientos de la vida del mundo y de la Iglesia, lo que el Vaticano II llama los «signos de los tiempos».

Nosotros, monjas y monjes, que no estamos directamente implicados en las grandes obras de la Sociedad y de la Institución Eclesiástica, y que podemos mirar todo el paisaje con una cierta distancia, tenemos una responsabilidad particular de hacer este análisis. No basta con rezar por el mundo en general y alinear intenciones de oración cuando ocurren accidentes o calamidades. Tenemos el deber de analizar esos acontecimientos con todo el rigor que exige un discernimiento de tanta importancia, para « reconocer en ellos el momento en que nos encontramos », según la expresión de Jesús.

Cuando el mundo experimenta catástrofes humanas de una envergadura particular, es quizá, al menos en parte, porque los «espirituales» han descuidado esta tarea y han dejado que los políticos, los economistas y los militares realicen sus análisis por su cuenta.

Por supuesto, también a nivel comunitario y personal debemos reconocer los tiempos que vivimos, con sus desafíos y sus gracias. Y también a este nivel no podemos prescindir de un análisis serio, como comunidad y como individuos. ¡Sigamos mirando hacia dónde se levantan las nubes y hacia dónde sopla el viento!

Armand VEILLEUX