17 de noviembre de 2024 - 33º domingo "B"
Dan 12, 1-3; Heb 10, 11...18; Mc 13, 24-32
Homilía
En la época en que el evangelista Marcos componía su Evangelio y narraba las palabras de Jesús que acabamos de escuchar, el mundo estaba lleno de conflictos, guerras y opresión. Las grandes potencias se hacían la guerra unas a otras, a menudo por poderes, y los opresores decían actuar en cumplimiento de una misión divina. El futuro de pueblos enteros se sacrificaba a las orgullosas ambiciones de potencias embriagadas por su supremacía. En realidad, poco se diferenciaba de la situación actual. Basta pensar en la guerra de Yemen, que dura ya años, o en lo que están viviendo los Palestinos de la Franja de Gaza o el pueblo de Ucrania.
Es importante señalar que el relato de Marcos comprende dos párrafos muy diferentes y complementarios; y que, si los tomamos en su conjunto, el mensaje que nos transmite es de esperanza. Sólo una lectura superficial o fundamentalista podría ver en él un anuncio del «fin del mundo».
El evangelista Marcos utiliza el lenguaje figurativo de la tradición profética del Antiguo Testamento (Jeremías 8,2; Ezequiel 8,16, por ejemplo), en la que el sol y la luna representaban divinidades paganas. Las estrellas y las potencias celestes representaban a los dirigentes de las naciones que pretendían ser dioses para oprimir a los pueblos y que ellos mismos se consideraban dioses. Varios textos de los grandes profetas (Isaías, Jeremías, Ezequiel) describían la caída de estos imperios como una catástrofe cósmica. Jesús utiliza el mismo lenguaje poético e imaginativo en el Evangelio de hoy.
La forma en que Marcos relató estas palabras de Jesús varios años después animó a los primeros Cristianos a seguir luchando fielmente en el mundo de desgracias en el que se encontraban. El mensaje era que todos los llamados «poderes» acabarían cayendo. Sólo el reino del amor y la fraternidad establecido por el Hijo del Hombre durará para siempre. Todos conocemos la ambigüedad -intencionada- de la expresión «Hijo del Hombre», que designa en primer lugar al ser humano en su conjunto y luego, de manera particular, al Hijo del Hombre por excelencia, es decir, al Hijo de Dios hecho hombre. La afirmación de que el "Hijo del Hombre" aparecerá en su gloria es el anuncio de la victoria delohumano (plenamente realizada en Jesús de Nazaret) sobrelo inhumano. Este «Hijo del Hombre» por excelencia ya ha venido, pero fue asesinado. Ahora vuelve a través de todos sus discípulos que, como Él y en Su nombre, llevan Su mensaje a los cuatro rincones del mundo. Muchos de Sus discípulos han sufrido o sufrirán la misma suerte que Él. Son Sus testigos (Sus "mártires"). Ese es el mensaje de este texto.
Como Su mensaje ha llegado a todos los rincones de la tierra, el Hijo del Hombre envía a Sus mensajeros para reunir a los elegidos de los cuatro puntos cardinales. Sólo Él puede realizar una "globalización" que no sea la hegemonía de los fuertes sobre los débiles, pues los débiles y los pequeños son Sus privilegiados.
Si la primera parte de este relato evangélico habla de la caída de los potentados y del fin de un mundo de opresión (y no del fin del mundo), la segunda parte, llena de la frescura de la vida nueva, describe el mundo nuevo, el que Jesús empezó a crear y que nos ha dado la responsabilidad de completar aquí en la tierra. El texto describe este mundo nuevo con la delicada imagen de una higuera cuyas ramas se ablandan en primavera y cuyas hojas empiezan a salir.
La generación de Jesús fue la del segundo éxodo de Israel. Como los del primer éxodo, seguían esperando a un Mesías que les diera por fin la supremacía sobre todos los pueblos paganos. Jesús les dice que «antes de que acabe esta generación», todas estas falsas esperanzas serán destruidas para siempre por la toma de Jerusalén y la destrucción del templo. Lo mismo sucederá tarde o temprano con todas las potencias opresoras a lo largo de los siglos, en una hora que sólo Dios conoce.
El mensaje de este Evangelio está lleno de esperanza. También contiene una misión. Nuestra misión como Cristianos es acelerar el pleno advenimiento del Hijo del Hombre, la plena humanización de la sociedad, viviendo el Evangelio. Entonces, rompiendo todas las separaciones que hemos establecido entre nosotros y que dan lugar a «nuestras guerras», el «Hijo del hombre» reunirá a los elegidos «desde los cuatro puntos cardinales, desde los confines de la tierra hasta los confines del cielo». Sería entonces totalmente erróneo hablar del «fin del mundo», porque, en la medida en que este mundo será un mundo de amor, no se acabará nunca. -- ¿Querría Dios destruir lo que Él mismo creó por amor? - El único miedo que debemos tener es el de no amar lo suficiente.
Armand VEILLEUX