6 de diciembre de 2024 - Viernes de la 1ª semana de Adviento
Isaías 29, 17-24; Mateo 9, 17-31
Homilía
El leccionario litúrgico, muy rico en este tiempo de Adviento, no se limita a ofrecernos algunos textos breves para meditar. Más bien, nos da algunos puntos de referencia para guiar nuestra lectio divina.
Por ejemplo, en la primera lectura de la Misa de cada día, recorremos rápidamente el libro de Isaías. Estos pocos textos pueden ser evocadores, pero es imposible captar todo su significado sin ponerlos en contexto. Por eso, es todo el Libro de Isaías el que debemos releer durante este tiempo de Adviento, siguiendo el ritmo del Leccionario. (Podemos hacerlo fácilmente leyendo algunos capítulos al día).
Isaías vivía tiempos difíciles. Sabía recordar al rey y al pueblo sus pecados, advertirles del castigo divino, prevenirles contra peligrosas alianzas con pueblos paganos; pero también sabía anunciar días mejores para Jerusalén en textos que siempre han sido interpretados en la Iglesia como profecías mesiánicas.
En la lectura de hoy de Isaías, tenemos la profecía a la que se refirió el propio Jesús cuando Juan el Bautista envió a sus discípulos a preguntarle: « ¿Eres tú realmente el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?». Jesús respondió sencillamente: «Id y contad a Juan lo que habéis visto: los cojos andan, los sordos oyen, los ciegos ven y se anuncia la Buena Nueva a los pobres».
Al comienzo del Adviento, igual que hojeamos el libro de Isaías en las lecturas de la Misa, hojeamos también el comienzo del Evangelio de Mateo. Ayer tuvimos la conclusión del Sermón de la Montaña, como una especie de resumen de ese largo discurso. En Mateo, este discurso va seguido del relato de diez milagros. Hoy leemos el relato de uno de estos milagros, como resumen de toda esta sección. Es el milagro de los dos ciegos que fueron curados a causa de su fe, y a los que Jesús aconsejó que no dijeran nada, pero que pronto empezaron a gritarlo a los cuatro vientos.
Pidamos al Señor una fe semejante, para que también nosotros seamos curados de todas nuestras cegueras.
Armand Veilleux