20 de diciembre de 2024
Homilía
Hoy tenemos el mismo Evangelio que el día de la Anunciación del Señor, exactamente nueve meses antes de la fiesta de la Natividad, el día en que celebramos el momento de la concepción de Jesús en el seno de María, -- el primer momento de la existencia humana de Dios. Este momento, que divide toda la historia de la humanidad en dos grandes períodos -el anterior a Cristo y el posterior a su nacimiento-, es objeto de diversos anuncios o "prefiguraciones" en los Evangelios.
En el Evangelio de Mateo, está el anuncio a José, que leímos la semana pasada en la fiesta de San José. En el Evangelio de Lucas, hay dos anuncios, uno a Zacarías y otro a María. Uno no puede entenderse sin el otro, pues en Lucas hay un riguroso paralelismo entre ambos. En ambos casos, es el mismo ángel Gabriel el enviado de Dios, portador de su mensaje. En el primer caso, está a la derecha del altar del incienso; en el segundo, está delante de María. En el primer caso, es enviado a un anciano casado con una mujer igualmente anciana, una pareja estéril. En el segundo caso, es enviado a una joven prometida pero aún no casada.
El árbol genealógico de Zacarías es impresionante. Procedía de una familia sacerdotal, de la tribu de Leví, que vivía en Jerusalén, en Judea, en la región más religiosa de Israel. Era un fiel cumplidor de la Ley, servía en el Templo y, en este día tan especial para él, entraba en el Santo de los Santos para ofrecer incienso a la hora del sacrificio vespertino, mientras el pueblo esperaba fuera. En el caso de María, ni siquiera se menciona su genealogía, a pesar de estar prometida a un joven de la tribu de David. Vive en una pequeña aldea nunca mencionada en el Antiguo Testamento, en Judea, poco religiosa, casi pagana. Era una joven sin importancia.
Zacarías estaba preocupado y su falta de fe le hizo quedarse mudo hasta el nacimiento de su hijo. María se limita a preguntar cómo "se hará", y lejos de quedarse muda, canta su admirable "Magnificat". A Zacarías le tocó dar a su hijo el nombre de Juan, una tarea que correspondía al padre. Pero en el caso de Jesús, fue su madre María quien le dio el nombre de "Jesús" que le reveló el ángel. Juan será ciertamente "grande a los ojos del Señor", el mayor de los hijos de la mujer, dirá Jesús; pero Jesús es el "Hijo del Altísimo". El Espíritu Santo descendió sobre Juan después de su nacimiento; Jesús nació por intervención del Espíritu Santo.
Esta lista de puntos de comparación podría ampliarse. La idea central es que el momento de la concepción de Jesús marca el comienzo de una nueva era en la historia de la humanidad: una nueva creación sustituye a la antigua (a eso se refiere la doble mención del "sexto mes", que recuerda los seis primeros días de la creación).
Esta nueva creación comenzó con la concepción de Jesús en María, la nueva Eva, madre de todos los seres vivos. No es el final de una historia, ni mucho menos el final de la historia. Al contrario, es un nuevo comienzo, el inicio de un período de la historia al que pertenecemos; el inicio de una transformación de la humanidad que debe continuar en nuestra sociedad y en cada una de nuestras vidas.
Después de Zacarías, María y José, muchos otros recibieron una "anunciación" en algún momento de su vida. Los Hechos de los Apóstoles nos hablan de algunos de ellos desde la primera comunidad cristiana, en particular la de Pablo en el camino de Damasco. En realidad, no sólo todo cristiano, sino todo ser humano, a lo largo de su vida, recibe esas "visitas" de Dios, que le hacen "ángeles de Dios", es decir, hombres y mujeres que le ayudan a percibir la voluntad de Dios para él. En particular, hay un momento en la vida de todo ser humano adulto en el que se le revelan, de modo intuitivo y misterioso, el sentido de su existencia terrena y la meta a la que tiende.
La fiesta de hoy nos invita a revivir ese momento en el que, como adultos, volvemos a nacer a nosotros mismos, como Jesús enseñó a Nicodemo: el momento en el que el sentido de nuestra vida aquí abajo se nos reveló en lo más profundo de nuestro corazón. Es el momento en que tuvimos que decir nuestro propio Fiat al nacimiento de Dios en nuestra existencia y a la entrada de nuestra existencia personal en la dinámica del Misterio Pascual.
Armand VEILLEUX