24 de diciembre de 2024 - mañana

Homilía

   Hace casi cuarenta años, en 1987, el Papa Juan Pablo II recibió en Roma la visita del Patriarca ecuménico Dimitrios I de Constantinopla. Como la visita entre Pablo VI y Atenágoras en Jerusalén, unos veinte años antes, fue el encuentro entre dos grandes y cálidos seres humanos. En el momento de la partida, permanecieron unos diez minutos junto al coche que llevaría a Dimitrios al aeropuerto, como dos amigos que no pueden soltarse, y las últimas palabras del Patriarca Dimitrios fueron: «Hemos encontrado en ti a un hombre, y seremos el mensajero de tu humildad». En su discurso oficial, había dicho que venía a compartir con Roma sus respectivas tradiciones y riquezas espirituales. Ahora, al final, dice: «hemos encontrado a un hombre»; y creo que era lo más hermoso que podía decir.

   Hoy celebramos el nacimiento humano de Dios. Dios eligió hacerse hombre, para revelarnos toda la grandeza y la belleza de la humanidad tal como la había planeado. No quiere que seamos dioses, ni siquiera ángeles. Quiere que seamos seres humanos, que seamos auténticos hombres o mujeres, como Él nos ha hecho, a su imagen y semejanza.

   El rostro de la humanidad ha sido marcado y deformado por muchas guerras: guerras entre naciones, entre familias, entre individuos.   Guerras dentro de cada uno de nosotros, entre el reino de Dios y los poderes del mal. Guerras entre nuestra necesidad de amar y de ser amados y nuestros miedos, que a menudo engendran resentimiento o quizás a veces incluso odio.

   Jesús viene a nosotros como el rey de la paz. Viene, como dice Zacarías en el Benedictus que cantamos cada mañana: «para iluminar a los que están en tinieblas... para guiar nuestros pies por el camino de la paz». Me gusta mucho esta imagen de Dios brillando sobre nosotros como el sol de la mañana.   La única manera de llegar a ser plenamente humanos es atrevernos a exponernos a esos rayos de luz y de calor. Y concluiré estas reflexiones con (la traducción de) un poema del gran rabino Abraham Joshua Heschel, un poema que me envió un amigo por Navidad:

   Dios

   no quiere estar solo

   y la humanidad

   no puede permanecer siempre impermeable

   a lo que Él anhela mostrar.

   Los que no pueden contener su esfuerzo

   se encuentran a veces

   a la vista de lo invisible

   y se iluminan con sus rayos

   Algunos nos sonrojamos,

     otros llevan máscara.

   La fe es un rubor

   en presencia de Dios.

             (Abraham Joshua Heschel)