11 de enero de 2025 -- Sábado después de Epifanía
Homilía
Se suele decir que para ser un buen ermitaño es necesario ser primero una buena persona de comunidad. Juan Bautista, un hombre solitario, que vive en el desierto, nos da un buen ejemplo de la actitud necesaria para vivir una verdadera vida comunitaria.
Juan es una persona muy libre: libre de ambiciones personales, totalmente desvinculado de los logros personales. Es un hombre con un profundo sentido de la responsabilidad, totalmente entregado a su misión y dispuesto a desaparecer cuando la misión esté cumplida, sin esperar a ser aclamado.
La primera manifestación de esto es cómo Juan envía a sus discípulos a Jesús, justo después del Bautismo de Jesús. Sabemos cómo un guía espiritual puede encariñarse con sus discípulos. Si les ha transmitido su experiencia espiritual, si los ha llevado a la vida espiritual, y sobre todo si son discípulos buenos y fieles, es normal que le cueste dejarlos marchar. Un guía espiritual que no es libre se apega a sus discípulos de tal manera que los hace dependientes de él. Juan, por el contrario, porque es totalmente libre, no sólo los deja marchar, sino que los envía a Jesús: «Aquí está el cordero de Dios», les dice.
Luego, en el evangelio de hoy, tenemos otro ejemplo. Algunos de los discípulos de Juan se acercaron a él para advertirle de que el hombre al que había bautizado y del que había dado testimonio también bautizaba, como él, y todo el mundo acudía a él. Si Juan no hubiera sido puro de corazón, se habría sentido afligido por aquel hecho. Por el contrario, como su corazón es puro y desprendido, se alegra. Se considera amigo del esposo. Su misión era anunciarle. Ahora que está allí, puede desaparecer. «Él debe crecer, yo debo empequeñecer».
Esta actitud es la que permite construir una comunidad. La comunidad se hace más grande cuando las ambiciones o aspiraciones personales de cada uno se hacen más pequeñas, cuando todos están contentos de servir sin reclamar ningún derecho, cuando el deseo de todos es ver a Cristo nacer más totalmente en el corazón y en la vida de cada hermana o hermano.
Esta es la gracia que debemos pedirnos unos a otros en estos últimos días del tiempo de Navidad.
Armand Veilleux