14 de enero de 2025 - Martes de la 1ª semana
Homilía
El Evangelio comienza con estas palabras: « Inmediatamente, el sábado, fue (Jesús) a la sinagoga y allí enseñaba ». Veamos el contexto de este relato en el Evangelio de Marcos. Estamos al principio del Evangelio. Jesús fue bautizado y pasó cuarenta días en el desierto, donde fue tentado; luego regresó a Galilea y eligió a sus discípulos. Luego -dice el texto evangélico- fue con sus discípulos a Cafarnaún, y en seguida, el sábado, entró en la sinagoga para enseñar. Inmediatamente curó a un hombre aquejado de un espíritu inmundo.
Este fue el comienzo del ministerio de Jesús según el Evangelio de Marcos, la primera vez que habló en público y el primer milagro que realizó. Es en este punto donde los Evangelios de Mateo y Lucas sitúan el Sermón de la Montaña. Marcos, en cambio, no menciona en absoluto el contenido del sermón. Lo único que quiere destacar es que Jesús habló con tal autoridad que todos quedaron atónitos. Pero hay más. Las dos cosas que Marcos dice que Jesús hizo fueron a) enseñar y b) expulsar espíritus malignos, y ambas las hizo con autoridad.
Marcos también subraya el contraste entre el espíritu maligno y Jesús. En la mentalidad de la época, se creía que era posible expulsar a un espíritu maligno con fórmulas, y sobre todo que se podía ejercer autoridad sobre un espíritu o una persona si se le podía llamar por su nombre. Por eso el espíritu maligno le dijo a Jesús: «Yo sé quién eres, tú eres el Santo de Dios». Ciertamente, no se trata de una declaración de fe, sino de un esfuerzo del espíritu maligno por tomar a Jesús bajo su control. Pero Jesús no utiliza tal artificio. Se limita a decir: «Calla (sin duda utilizó una expresión más popular) y sal de ese hombre». Una orden sencilla, pero expresada con autoridad.
Por eso la gente se asombra: «Enseña con autoridad», dicen, «y expulsa demonios con autoridad».
En el pueblo de Israel, antes de la venida de Cristo, había tres funciones o mediaciones importantes, interdependientes pero distintas entre sí: la del rey, la del sacerdote y la del profeta. El rey era responsable de la esfera política y el sacerdote de la esfera cultual; pero el profeta era el portador de la Palabra de Dios en todos los aspectos de la vida, tanto individual como social.
Jesús siempre se manifestó no como sacerdote o rey, sino como profeta. Pero es un profeta totalmente nuevo. No es simplemente portador de mensajes divinos, sino que los pronuncia en su propio nombre, y en su propio nombre ejerce autoridad sobre los espíritus malignos. Más tarde, enviará a sus discípulos a enseñar y a expulsar demonios en su nombre.
La curación, como la enseñanza, no era un servicio individual ofrecido a individuos aislados; formaba parte de la construcción del Reino. Era una obra de amor, que introducía al enfermo en el poder salvador del Misterio Pascual.
La celebración de la Eucaristía es nuestro acceso diario al poder salvador de Jesús. Al celebrar la Eucaristía, acerquémonos a Jesús con fe, exponiéndole todas nuestras heridas y todas nuestras enfermedades físicas, psíquicas o espirituales, y Él nos dará acceso a una vida nueva.
Armand VEILLEUX ocso