18 de enero de 2025 - Sábado de la 1ª semana,
Heb. 4, 12-16; Marcos 2, 13-17
Homilía
Este breve Evangelio tiene dos partes bien diferenciadas: en primer lugar, la vocación de Leví y, a continuación, la comida ofrecida por Leví en su casa.
El relato de la vocación de Leví sigue la pauta de las vocaciones descritas en el Evangelio. Jesús no entabla una larga conversación. No explica en detalle lo que propone. No da tiempo a la gente para pensar. Simplemente pide a la gente que le siga: «Sígueme». Los llamados no son llamados a esto o aquello, a esta o aquella situación. Simplemente son llamados a ser discípulos de Jesús. Cuando somos bautizados, y cuando entramos en la vida religiosa o monástica, estamos fundamentalmente llamados a esto, en primer lugar: a seguir a Cristo, dondequiera que Él quiera llevarnos.
Y Jesús llama a quien quiere, incluidos los publicanos y los pecadores. Los publicanos, o recaudadores de impuestos, eran equiparados a los pecadores. Parece que no se les pagaba por su trabajo, y que tenían que ganarse su propio sueldo recaudando más de lo que se les exigía. Pero no se les consideraba pecadores por eso. Era porque eran traidores a su propio pueblo, recaudando impuestos de sus hermanos para el Imperio Romano que entonces ocupaba Israel.
Lo sorprendente es que Leví, el recaudador de impuestos, al ser llamado por Jesús, se levanta y comienza a seguirle. En este relato no dice nada, y tampoco vacila. En primer lugar, invita a Jesús a una gran comida, a la que acuden todos sus amigos, los demás recaudadores de impuestos y los pecadores. Aunque su vida ha tomado un rumbo completamente distinto, aunque sus valores ya no coinciden con los de ellos, Leví no rechaza con altanería a los que antes eran sus compañeros de trabajo y amigos. Algo importante le separa ahora de ellos, pero siguen siendo seres humanos y, sobre todo, siguen siendo sus amigos. Al venir a esta comida, Jesús aprueba esta actitud. Y cuando se lo reprochan, su respuesta es que no ha venido a llamar a los justos (o a los que se consideran justos), sino a los pecadores.
Debemos tener cuidado con la separación que a menudo hacemos en nuestro corazón o en nuestra mente entre nosotros y los que llamamos «pecadores». En realidad, la línea divisoria entre el bien y el mal no discurre entre distintos grupos de personas, sino que pasa por el centro de cada uno de nuestros corazones. Jesús no estaba interesado en una comida privada e individual con ninguno de nosotros. Siempre se sentaba a la mesa común donde están todos los pecadores. Afortunadamente, nosotros formamos parte de esa comunidad. No olvidemos que nosotros seríamos los perdedores.
Cada uno de nosotros ha recibido su vocación a través de la Palabra de Dios. Tanto si hemos sido interpelados un día por una Palabra de la Escritura, como si se trata de la Palabra de Dios pronunciada en cada uno de nuestros corazones. La primera lectura de la Misa, de la Carta a los Hebreos, describe cómo esta Palabra es como una espada de doble filo.