13 de febrero de 2025 - Jueves de la 5ª semana ordinaria
HOMILÍA
Este Evangelio nos revela muchas cosas, tanto sobre la persona de Jesús como sobre la oración. Además, nuestra actitud ante la oración suele revelar bastante bien la imagen que tenemos de Dios y de Cristo.
Si nuestro dios es el dios de los filósofos, un dios inmutable que nunca cambia, no hay realmente ninguna razón para rezarle. Si nuestro Cristo es un Cristo que, desde el momento de su nacimiento, posee ya la plena visión beatífica y no puede crecer en el conocimiento y la conciencia de su misión, un Evangelio como el de hoy nos muestra a un Cristo desconcertante, que utiliza palabras muy duras con una pobre mujer pagana.
Pero si aceptamos lo que el Evangelio nos dice de tantas maneras, a saber, que Jesús, a lo largo de su vida, creció en edad, en gracia, en sabiduría y también en la percepción de su misión, entonces este Evangelio adquiere un significado que es muy hermoso. Significa que el encuentro de Jesús con otra persona que le confronta con sus deseos le ayuda a descubrir su propia misión. Significa que nosotros mismos, pobres seres humanos, podemos de alguna manera «hacer cambiar de opinión a Dios».
Hasta ese momento de su vida, Jesús sólo había predicado a los Judíos, y la recepción de su mensaje se había vuelto cada vez más difícil, como hemos visto en los últimos días. Por eso decidió abandonar el territorio judío y dirigirse a la región de Tiro. Cuando la mujer sirofenicia le pide que cure a su hija, él se niega, porque sólo ha sido enviado a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Utiliza la imagen de una familia en la que el pan se sirve a los hijos y no a los perritos que corretean alrededor de la mesa. En esta imagen hay un resquicio que la mujer aprovecha hábilmente. Pone el pie, podríamos decir, en la puerta y replica astutamente que los perritos pueden alimentarse de las migajas que caen de la mesa y que, por tanto, pertenecen de alguna manera a la familia. Ante semejante fe, Jesús comprende que esta mujer, como todos los que tienen una fe semejante, también pertenecen a la familia de Dios y que, por tanto, él también ha sido enviado a ellos. Y curó a su hija.
Todas las grandes figuras espirituales de la Biblia son personas llenas de deseos, que no temen expresar esos deseos a Dios, incluso con fuerza. Su oración es la de los amantes que aman lo suficiente como para desear, sin intentar manipular a la persona amada, pero esperando que los deseos de esa persona correspondan a los suyos. Es un camino de crecimiento espiritual, porque ofrece la posibilidad de un encuentro con Dios, aunque este encuentro pueda tomar la forma de una confrontación.
Es como un niño que, al expresar sus deseos, se ve confrontado con la realidad del mundo que le rodea y tiene así la oportunidad de crecer en esta confrontación entre sus deseos y los del resto del mundo. Un niño que no expresa sus deseos puede parecer muy sabio, pero no crece.
La mujer del Evangelio de hoy corrió un gran riesgo al expresar su deseo: el riesgo de recibir una respuesta negativa. Esta confrontación cambió su relación con Jesús. Y lo maravilloso es que, en toda relación profunda, ambas personas cambian. También en esta relación, Jesús dio y recibió.
Así que no dudemos en presentarnos ante Dios con nuestros deseos y nuestras necesidades, seguros de que, en este encuentro con Dios, puede que nuestros deseos no se cumplan exactamente como deseamos, pero nuestra relación con Dios cambiará. Y ése es el fin último de la oración.
Armand Veilleux
Armand VEILLEUX