En nuestra época de "globalización" y "mundialización" -de una cierta globalización dominada por la economía-, la brecha entre las naciones ricas y las pobres es cada vez mayor, al igual que la brecha entre ricos y pobres dentro de cada país.
En el Evangelio de ayer, Jesús comparó sus mandamientos, que son un yugo fácil de llevar y una carga ligera, con el peso bajo el que los escribas y los doctores de la Ley aplastaban al pueblo. E invitó a venir a él a todos los que se esforzaban bajo la carga. El Evangelio de hoy continúa esta polémica con un ejemplo concreto.
En la última de las bienaventuranzas (Mt 5,10-12), Jesús declaró dichosos a los que son perseguidos por causa de la justicia. Benditos seáis -dijo- cuando la gente os insulte y os persiga y diga toda clase de mal contra vosotros falsamente por mi causa. Y añadió: "Porque así persiguieron a los profetas que os precedieron". El pasaje del Evangelio que acabamos de leer comenta y explica de alguna manera esta bienaventuranza
Seguimos leyendo el capítulo 11 de Mateo, donde éste ha recogido varios dichos breves de Jesús. Algunas de estas palabras han sido colocadas en otros lugares por los demás evangelistas; otras, como la que acabamos de leer, son exclusivas de Mateo. Sería inútil tratar de rastrear la situación precisa en la que estas palabras fueron pronunciadas por Jesús. Son pequeños textos o relatos aislados que circularon en la Iglesia primitiva antes de ser recogidos en nuestros Evangelios. Tienen valor y fuerza en sí mismos, independientemente de cualquier contexto.
La primera lectura de hoy continúa el hermoso texto de ayer del profeta Oseas, que llama a la conversión. Nos llama a volver al Señor hablándole. La fórmula es tan bella como sorprendente: "Llévate las palabras y vuelve al Señor". A veces nos preguntamos si es realmente necesario utilizar palabras en nuestra oración, ya que Dios sabe de antemano todo lo que le vamos a decir. Sin embargo, el profeta nos dice: "Lleva las palabras contigo...". Dios quiere encontrarse con nosotros en nuestro propio terreno, conversar con nosotros en lenguaje humano. En el Antiguo Testamento, podemos decir que esto era antropomorfismo. Pero en el Nuevo Testamento, Dios se hizo uno de nosotros y nos habló en nuestro propio idioma. La Palabra de Dios se convirtió en discurso humano. Así que podemos -y debemos- hablar con El. En realidad, no es Él quien lo necesita. Somos nosotros.
En la última de las bienaventuranzas (Mt 5,10-12), Jesús declaró dichosos a los que son perseguidos por causa de la justicia. Benditos seáis -dijo- cuando la gente os insulte y os persiga y diga toda clase de mal contra vosotros falsamente por mi causa. Y añadió: "Porque así persiguieron a los profetas que os precedieron". El pasaje del Evangelio que acabamos de leer comenta y explica de alguna manera esta bienaventuranza
Estas palabras de Jesús son la conclusión del relato evangélico sobre un joven rico que vino a preguntarle qué debía hacer para heredar la vida eterna. Sabemos cómo Jesús le había invitado a vender todas sus posesiones para seguirle, y luego cómo, incapaz de resignarse a hacerlo, el joven se había marchado triste. Jesús aprovechó la oportunidad para hacer algunos comentarios desconcertantes sobre el uso de la riqueza. Entonces Pedro le preguntó a Jesús: "Lo hemos dejado todo para seguirte; ¿y nosotros?" En su respuesta, Jesús promete que compartirán la vida eterna.