Homilías de Dom Armand Veilleux en español.

9 de agosto de 2024 - Fiesta de Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein)

Deut 10:12-22; Mt 17:22-27.

Homilía

Para esta fiesta, el leccionario litúrgico nos ofrece, en primer lugar, un hermoso texto de Oseas, donde Dios llama a su esposa para llevarla al desierto y hablarle al corazón, con fidelidad y ternura. Y tenemos como lectura del Evangelio la parábola de las diez vírgenes invitadas a las bodas.

8 de agosto de 2024 - Jueves de la 18ª semana del año par

Jeremías 31:31-34; Mateo 16:13-23

Homilía

          Pedro, después de ser testigo de las enseñanzas de Jesús y de varias curaciones realizadas por Él, proclama con facilidad en respuesta a la pregunta de Jesús sobre su identidad: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo." Pero en cuanto Jesús quiere anunciar su pasión y muerte, Pedro no quiere oír: "¡Dios no lo quiera, Señor! No, ¡esto no te va a pasar!" Probablemente Pedro esté pensando tanto en su propia seguridad como en la de Jesús. Es agradable seguir a un Mesías que hace milagros. Es menos agradable seguir a un profeta condenado a muerte.

6 de agosto de 2024 - Fiesta de la Transfiguración

Dan 7,9-10.13-14 o 2 Pe 1,16-19; Mt 17,1-9

Homilía

            Este relato evangélico, generalmente conocido como la "Transfiguración", corresponde a un estilo literario conocido como apocalíptico. Es un estilo que se encuentra no sólo en el último Libro del Nuevo Testamento, conocido precisamente como el Apocalipsis, sino también en varios pasajes de los Evangelios. El leccionario litúrgico de la fiesta de hoy nos ofrece, con toda razón, como primera lectura una visión del Libro de Daniel, que sigue precisamente esta línea.

7 de agosto de 2024 -- Miércoles de la 18ª semana, año par

Jer 31, 1-7; Mt 15, 21-28

Homilía

          El Evangelio de ayer nos dio un ejemplo de la fe del apóstol Pedro: una fe generosa y débil a la vez. Hoy, la lectura del Evangelio nos da el ejemplo de una fe muy profunda y fuerte en una mujer que no pertenecía al pueblo de Israel. Una fe tan fuerte que no sólo hizo que Jesús "cambiara de opinión", por así decirlo, sino que incluso ella influyó en su ministerio.

5 de agosto de 2024 -- Lunes de la 18ª semana ordinaria del año par

Jer 28:1-17; Mt 14:13-21

HOMILÍA

Esta multiplicación de los panes, relatada en el Evangelio que acabamos de leer, es el único milagro de Jesús del que dan cuenta los cuatro evangelistas. Esto demuestra la importancia que los primeros cristianos le atribuían. Cada Evangelio quiere mostrar a Jesús, a su manera, como el nuevo Moisés, capaz de alimentar a su pueblo en la soledad y de guiarlo por el desierto, Mateo, en la versión de la historia que acabamos de escuchar, describe explícitamente a Jesús entrando en el desierto, rodeado de una multitud sin comida.

Dos aspectos de este relato merecen especialmente nuestra atención. Jesús no sólo se siente movido por la compasión hacia las multitudes pobres y hambrientas, sino que les da comida real, concreta y material. Su reino, como dijo repetidamente, no es de este mundo, pero se vive en este mundo. Él es el Pan de Vida; pero la vida humana normal, vivida aquí en la tierra, es una parte de esa vida eterna que vino a traer a la humanidad. El ser humano necesita alimento espiritual; pero también necesita, e incluso principalmente, una prioridad temporal, el alimento material. Esta es una parte integral de su mensaje.

  

          El segundo aspecto es el de compartir. Jesús pregunta a los Apóstoles qué comida tienen. Ellos responden: "cinco panes y dos peces". Les dice que compartan. Y había suficiente para todos. Es legítimo pensar que el verdadero milagro que ocurrió aquel día fue que todos los que habían traído algo lo compartieron de corazón con sus vecinos, y hubo mucha más comida de la que se necesitaba.

Traducido a un lenguaje moderno y en el contexto actual, puede decirse que los problemas de la pobreza y el hambre en el mundo son, en última instancia, problemas de justicia y distribución equitativa. La Madre Tierra podría alimentar a varios miles de millones de personas más, si los que tienen decidieran compartir con los que no tienen.

Ante los agónicos problemas del hambre en el mundo (con un 60% de la población mundial desnutrida, cientos de millones de personas con hambre crónica y decenas de miles de personas que mueren de hambre cada día), nos sentimos fácilmente impotentes. Jesús tiene una solución muy sencilla para estos problemas, que no requiere comisiones internacionales para estudiar la situación. Simplemente dice: "¿Cuánto tenéis? -- compártela, y habrá suficiente para todos". Y así sucedió.

Un gran doctor de la Iglesia, Juan Crisóstomo, expresó el vínculo entre la celebración litúrgica y la atención a los pobres de la manera más vívida: "Queréis honrar el Cuerpo de Cristo. No le desprecies cuando esté desnudo. No lo honres aquí en la Iglesia con ropas de seda, mientras lo dejas fuera en el frío y desnudo... Dios no necesita cálices de oro; quiere almas de oro. Alimenta primero a los pobres, y con lo que quede decorarás el altar".

         Estas fuertes palabras se considerarían hoy subversivas, si no fueran pronunciadas por un Padre de la Iglesia.

           Al reunirnos aquí para recibir el Pan de Vida, pidamos al Señor que abra los corazones de todos los cristianos a las dimensiones de su responsabilidad, para que todos los pueblos, y cada hombre y mujer de todos los pueblos, sean acogidos en la Fiesta de las Naciones.

Armand Veilleux  

7 de agosto de 2024 -- Miércoles de la 18ª semana, año par

Jer 31, 1-7; Mt 15, 21-28

Homilía

          El Evangelio de ayer nos dio un ejemplo de la fe del apóstol Pedro: una fe generosa y débil a la vez. Hoy, la lectura del Evangelio nos da el ejemplo de una fe muy profunda y fuerte en una mujer que no pertenecía al pueblo de Israel. Una fe tan fuerte que no sólo hizo que Jesús "cambiara de opinión", por así decirlo, sino que incluso ella influyó en su ministerio.

4 de agosto de 2024 - 18º domingo "B

Ex 16:2...15; Ef 4:17-24; Jn 6:24-35

Homilía

            Existe una distinción, a veces sutil pero importante, entre fe y superstición. La superstición consiste en ver intervenciones extraordinarias y milagrosas de Dios en todo lo que no podemos explicar. La fe consiste en creer que Dios es nuestro padre, que es el dueño de todo y de todos, y que, por tanto, todas las manifestaciones de su creación son, en última instancia, manifestaciones de su amor.