En estas últimas semanas de Adviento, el leccionario litúrgico suele establecer paralelismos entre personajes del Antiguo Testamento y otros del Nuevo Testamento. Hace unos días tuvimos el paralelismo entre Jesús, que inaugura la Nueva Alianza, y Juan Bautista, último representante de la Antigua Alianza y, en cierto modo, puente entre ambas Alianzas.
Si el pueblo de Israel desempeñó un papel considerable en la historia antigua, no fue ciertamente por su importancia numérica o militar, sino por su posición estratégica. Israel era una especie de zona tampón entre las grandes potencias de la época: entre Asiria y Egipto durante un tiempo, y después entre Persia y el Imperio grecorromano. Estas superpotencias, cada una por su lado, consideraban su derecho y su deber actuar como policía internacional e imponer o deponer a los dirigentes del pueblo de Israel. En la época del nacimiento de Jesús, Judea estaba bajo la autoridad de un rey títere de los romanos y Galilea bajo un gobernador romano.
En este relato de Mateo, que continúa el texto leído ayer, se da el título de "Hijo de David" tanto a José como a Jesús. Lo que se subraya así es el carácter profundamente humano de la intervención de Dios en la historia. El Hijo de Dios no se encarnó en abstracto. Se hizo hombre, un hombre concreto, nacido en un momento concreto de la historia de la humanidad, en un pueblo y una familia concretos. Este entorno concreto le moldeó, le dio las categorías de pensamiento y lenguaje que le permitieron hablarnos utilizando un conjunto específico de imágenes y conceptos.
En los dos primeros capítulos de su Evangelio, Lucas relata, en narraciones completamente paralelas, los acontecimientos relativos a Juan el Bautista y los relativos a Jesús. La circuncisión de Juan el Bautista con el canto de Zacarías es paralela a la de Jesús con el canto de Simeón; Juan crece y se retira al desierto, igual que Jesús crece y se retira al desierto durante cuarenta días; etc.
A partir de hoy cantamos las famosas antífonas "O", que nos introducen de forma lírica en la alegría del tiempo de Navidad. Los Evangelios de los últimos cinco días antes de la Navidad estarán tomados del primer capítulo de Lucas, pero los de hoy y mañana están tomados del primer capítulo de Mateo.
Hoy tenemos el mismo Evangelio que el día de la Anunciación del Señor, exactamente nueve meses antes de la fiesta de la Natividad, el día en que celebramos el momento de la concepción de Jesús en el seno de María, -- el primer momento de la existencia humana de Dios. Este momento, que divide toda la historia de la humanidad en dos grandes períodos -el anterior a Cristo y el posterior a su nacimiento-, es objeto de diversos anuncios o "prefiguraciones" en los Evangelios.
Para Dios, los hombres no se dividen en dos categorías: los buenos y los malos. Para Él, todos son Sus hijos; todos son pecadores, en camino, siempre capaces de volver a caer, pero también siempre llamados a una nueva conversión y, por lo tanto, capaces de una nueva conversión.