Homilías de Dom Armand Veilleux en español.

5 de agosto de 2021 - Jueves de la 18ª semana del tiempo ordinario

Números 20:1-13; Mateo 16:13-23

Homilía

           Hay muchas similitudes entre las dos lecturas que acabamos de escuchar.  Ambos revelan la propensión humana a querer la liberación y la salvación pero sin pagar el precio.  Los hebreos habían estado en esclavitud durante algunos siglos en Egipto, y habían escapado de una manera maravillosa y milagrosa, bajo el liderazgo de Moisés y Aarón.  Bajo su liderazgo no habían dudado en tomar el camino del desierto.  Pero en cuanto las dificultades de la vida en el desierto se hicieron evidentes, en cuanto la comida y el agua comenzaron a escasear, añoraron su vida de servidumbre y se rebelaron contra Moisés y Aarón.  "¿Por qué nos habéis traído de Egipto a este siniestro lugar?" 

4 de agosto de 2021 -- Miércoles de la 18ª semana del tiempo ordinario

Números 13:1...35; Mateo 15:21-28

Memoria de San Juan María Vianney

Homilía

           El Evangelio de ayer nos dio un bello ejemplo de la fe del apóstol Pedro: una fe generosa y débil a la vez.  La lectura del Evangelio de hoy nos da un ejemplo de una fe muy profunda y fuerte en una mujer que no pertenecía al pueblo de Israel.  Una fe tan fuerte que no sólo hizo que Jesús "cambiara de opinión" en cierto modo, sino que incluso influyó en la dirección de su ministerio.

1 de agosto de 2021 - 18º domingo "B

Ex 16:2...15; Ef 4:17-24; Jn 6:24-35

Homilía                                

            Existe una distinción, a veces sutil pero importante, entre fe y superstición.  La superstición consiste en ver intervenciones extraordinarias y milagrosas de Dios en todo lo que no podemos explicar.  La fe consiste en creer que Dios es nuestro padre, que es el dueño de todo y de todos, y que, por tanto, todas las manifestaciones de su creación son, en última instancia, manifestaciones de su amor.

3 de agosto de 2021 -- Martes de la 18ª semana del tiempo ordinario

Números 12:1-13; Mateo 14:22-36

Homilía

           El acontecimiento que está en el centro de este relato evangélico lo sitúa el evangelista Mateo entre dos manifestaciones de la preocupación de Jesús por los hambrientos y los enfermos.  Nuestro texto comienza con la multiplicación de los panes y termina con el relato de las multitudes que llevan a sus enfermos a Jesús para que los cure, aunque sea tocando los flecos de su manto.          

31 de julio de 2021 -- sábado de la 17ª semana del tiempo ordinario

Memoria de san Ignacio de Loyola

Lev 25:1, 8-17; Mateo 14:1-12

Homilía

           En este Evangelio se nos presentan dos hombres muy diferentes entre sí.  El primero, Juan el Bautista, es un hombre libre, sin poder ni ambición y, por tanto, también sin miedo.  El otro es un hombre con mucho poder en sus manos, esclavizado por sus cálculos y ambiciones y por ello constantemente desgarrado por el miedo.

2 de agosto de 2021 - Lunes de la 18ª semana ordinaria

Num 11:4b-15; Mt 14:13-21

HOMILÍA

Esta multiplicación de los panes, relatada en el Evangelio que acabamos de leer, es el único milagro de Jesús del que dan cuenta los cuatro evangelistas.  Esto demuestra la importancia que los primeros cristianos le atribuían.  Cada evangelio quiere mostrar a Jesús a su manera como el nuevo Moisés, capaz de alimentar a su pueblo en la soledad y de guiarlo por el desierto. Mateo, en la versión de la historia que acabamos de escuchar, describe explícitamente a Jesús llegando al desierto, rodeado de una multitud sin comida.

30 de julio de 2021 -- Viernes de la 17ª semana del tiempo ordinario

Lev 23:1, 4-11. 15-16. 27. 34-37; Mateo 13:54-58

Homilía

           A la edad de treinta años, Jesús había dejado su pueblo natal de Nazaret en Galilea para ir a Judea.  La razón inmediata no se da en el Evangelio.  En cualquier caso, en aquella época había, como siempre, un movimiento de personas hacia Jerusalén, la capital, especialmente desde el interior de Galilea.  Jesús está en Jerusalén en el momento en que toda Jerusalén baja al río Jordán, en la región de Jericó, para ser bautizada por Juan.  Él mismo se bautiza y escucha la voz del Padre: "Tú eres mi hijo amado, en quien me complazco".  Entonces Juan dice a sus discípulos: "Este es el Cordero de Dios".  Varios discípulos de Juan se unen a Jesús y éste llama a otros.  Después de un ayuno de cuarenta días en el desierto, parte de nuevo hacia Galilea, donde predica y cura a los enfermos primero en la gran ciudad de Cafarnaúm.  Finalmente, un día regresó a su pueblo y comenzó a enseñar en la sinagoga.  Esto es una sorpresa para todos.  Esta sorpresa muestra que hasta ese momento nada en la vida de Jesús en Nazaret lo había distinguido.  Sin duda había celebrado fielmente con sus padres y parientes todas las fiestas del año mencionadas en la lectura del Libro del Levítico que acabamos de escuchar. Probablemente también había asistido regularmente a la sinagoga local para escuchar las enseñanzas de los doctores de la Ley. Por eso, cuando empezó a predicar y a curar a los enfermos, la gente se preguntaba: "¿De dónde ha sacado esa sabiduría y esos milagros?

           La gente de Nazaret pensaba que lo sabía todo sobre Jesús porque conocía todos los detalles externos de su vida.  Lo conocían como el hijo del carpintero del pueblo, conocían a su madre y a todos los demás miembros de su familia.  No podían imaginar que había más en Él de lo que parecía.  Menos aún podían imaginar que Dios le había encomendado una misión especial.  Su falta de fe le impidió realizar muchos milagros para ellos, ya que los milagros de Jesús solían consistir en hacer fructificar la fe de los que se acercaban a él. 

           ¿Y qué hay de nosotros mismos y de nuestra actitud hacia aquellos con los que vivimos o nos encontramos?  Sabemos mucho de nuestras hermanas o hermanos.  Los hemos visto en directo durante mucho tiempo.  Conocemos sus cualidades, y probablemente aún mejor sus defectos.  Por desgracia, no conocemos todo el potencial de crecimiento que hay en ellos.  No vemos su capacidad de conversión.  Por eso, cuando se produce en ellos un crecimiento humano y espiritual, nos decimos: "¿Qué puede estar pasando?  -- ¿De dónde saca eso? -- y entonces a menudo no permitimos que se produzca el milagro de la transformación o el crecimiento o, al menos, que dé frutos.

           En una comunidad, y tal vez más en una comunidad de clausura, menos bombardeada por las novedades diarias, retenemos fácilmente el recuerdo de lo que eran nuestras hermanas o hermanos hace un año, o hace cinco, o hace diez, y no siempre vemos lo que la gracia ha hecho en ellos a lo largo de los años.  "¡Siempre es así! Me lo hizo el día de Pascua, hace cuatro años!..."

           La fe en Dios, para ser verdadera, debe ir acompañada de la fe en el otro.  Pidamos a Dios que nos permita ver todas las posibilidades de crecimiento que ha puesto en nuestros hermanos y hermanas.  Pidámosle tener en ellos la fe que permita que se produzcan todos los milagros de conversión y crecimiento.

Armand VEILLEUX