María Magdalena es probablemente la mujer mencionada en los Evangelios de la que más se sabe (aunque no siempre está absolutamente claro de qué "María" hablan los evangelistas). Cuando lavó los pies de Jesús y les roció con perfume, Jesús dijo que dondequiera que se enseñara el Evangelio, se contaría lo que había hecho "en memoria de ella". Sin embargo, lo que San Juan más recuerda de María Magdalena, y que es objeto del texto evangélico que acabamos de leer, es que fue la primera testigo de la Resurrección de Jesús.
María Magdalena es probablemente la mujer mencionada en los Evangelios de la que más se sabe (aunque no siempre está absolutamente claro de qué "María" hablan los evangelistas). Cuando lavó los pies de Jesús y les roció con perfume, Jesús dijo que dondequiera que se enseñara el Evangelio, se contaría lo que había hecho "en memoria de ella". Sin embargo, lo que San Juan más recuerda de María Magdalena, y que es objeto del texto evangélico que acabamos de leer, es que fue la primera testigo de la Resurrección de Jesús.
El profeta Jonás fue enviado por Dios a los gentiles de Nínive. Pero no quería la misión, así que huyó a Tarsis. Esta huida le conduce -y a sus compañeros de viaje- a una terrible tormenta. En medio de esta tormenta reconoce su pecado y acepta -incluso pide- ser arrojado al mar. Luego emprende un viaje de soledad, del que el vientre de la ballena es un símbolo, y finalmente emprende su misión de predicación. Sin embargo, sigue siendo inconcebible para él que una ciudad pagana se convierta, y se siente insatisfecho con su conversión. Dios le hace comprender finalmente, a través de la imagen de la planta que crece en un día y muere con la misma rapidez, todo el amor misericordioso que tiene por la ciudad pagana de Nínive, así como por el Pueblo de Israel.
Esta mañana tenemos el mismo Evangelio que hace unas semanas, en el 15º domingo ordinario. Lo importante para Jesús, en esta parábola, no son las espinas que pueden ahogar la semilla recibida; no es el terreno rocoso, que no permite que la semilla tenga raíces profundas; no son las aves del cielo que vienen a comer el grano que ha caído en el camino; ni siquiera es la buena tierra que recibe esta semilla. Lo más importante para Jesús es la propia semilla. Y la semilla de la que habla es su Palabra, que es también la Palabra de su Padre.
La primera lectura de la misa de hoy nos ofrece un bello ejemplo de hospitalidad oriental. Es un tipo de hospitalidad que todavía encontramos en los países pobres, pero que cada vez es más rara en los países ricos. A medida que uno acumula riqueza, obviamente desarrolla el deseo de protegerla y se vuelve menos proclive a compartirla, salvo de forma selectiva y fácilmente ostentosa.
En la tradición judía, la familia y el clan eran extremadamente importantes. La lealtad a la familia y al clan era más importante que cualquier otra cosa. Ciertamente, Jesús muestra un tierno amor por su madre; durante su infancia está sometido a su padre y a su madre. Pero al mismo tiempo pone fin a la supremacía de la familia y a la exclusividad de la relación con ella. El amor ya no debe tener límites. Debe extenderse a todos, incluso a los enemigos.
En el Evangelio de ayer, Jesús comparó sus mandamientos, que son un yugo fácil de llevar y una carga ligera, con el peso bajo el que los escribas y los doctores de la Ley aplastaban al pueblo. E invitó a venir a él a todos los que se esforzaban bajo la carga. El Evangelio de hoy continúa esta polémica con un ejemplo concreto.