El profeta Jonás fue enviado por Dios a los gentiles de Nínive. Pero no quería la misión, así que huyó a Tarsis. Esta huida le conduce -y a sus compañeros de viaje- a una terrible tormenta. En medio de esta tormenta reconoce su pecado y acepta -incluso pide- ser arrojado al mar. Luego emprende un viaje de soledad, del que el vientre de la ballena es un símbolo, y finalmente emprende su misión de predicación. Sin embargo, sigue siendo inconcebible para él que una ciudad pagana se convierta, y se siente insatisfecho con su conversión. Dios le hace comprender finalmente, a través de la imagen de la planta que crece en un día y muere con la misma rapidez, todo el amor misericordioso que tiene por la ciudad pagana de Nínive, así como por el Pueblo de Israel.
La primera lectura de la misa de hoy nos ofrece un bello ejemplo de hospitalidad oriental. Es un tipo de hospitalidad que todavía encontramos en los países pobres, pero que cada vez es más rara en los países ricos. A medida que uno acumula riqueza, obviamente desarrolla el deseo de protegerla y se vuelve menos proclive a compartirla, salvo de forma selectiva y fácilmente ostentosa.
El Evangelio que acabamos de leer (y que forma un todo con el que leeremos mañana) incluye algunos puntos de contacto con el Magnificat de la Virgen María, que son muy interesantes y sumamente reveladores.
En el Evangelio de ayer, Jesús comparó sus mandamientos, que son un yugo fácil de llevar y una carga ligera, con el peso bajo el que los escribas y los doctores de la Ley aplastaban al pueblo. E invitó a venir a él a todos los que se esforzaban bajo la carga. El Evangelio de hoy continúa esta polémica con un ejemplo concreto.
Los textos de esta Eucaristía nos hablan de la debilidad y del poder: de la debilidad humana y del poder de Dios. En la primera lectura, tomada de uno de los primeros capítulos del Libro de Isaías, tenemos una descripción de una situación política y militar muy compleja con coaliciones enfrentadas. En estas condiciones, el joven rey Acaz está lleno de miedo. Su corazón, como el de todo el pueblo, tiembla "como tiemblan los árboles del bosque con el viento". Acaz piensa en pedir ayuda a Asiria, comprometiendo la autonomía de su reino. Entonces se envía a Isaías para decirle que Dios les apoyará, pero con una condición: la fe. "Si no crees, no te mantendrás en pie".
Seguimos leyendo el capítulo 11 de Mateo, donde éste ha recogido varios dichos breves de Jesús. Algunas de estas palabras han sido colocadas en otros lugares por los demás evangelistas; otras, como la que acabamos de leer, son exclusivas de Mateo. Sería inútil tratar de rastrear la situación precisa en la que estas palabras fueron pronunciadas por Jesús. Son pequeños textos o relatos aislados que circularon en la Iglesia primitiva antes de ser recogidos en nuestros Evangelios. Tienen valor y fuerza en sí mismos, independientemente de cualquier contexto.
Estas palabras de Jesús son la conclusión del relato evangélico sobre un joven rico que vino a preguntarle qué debía hacer para heredar la vida eterna. Sabemos cómo Jesús le había invitado a vender todas sus posesiones para seguirle, y luego cómo, incapaz de resignarse a hacerlo, el joven se había marchado triste. Jesús aprovechó la oportunidad para hacer algunos comentarios desconcertantes sobre el uso de la riqueza. Entonces Pedro le preguntó a Jesús: "Lo hemos dejado todo para seguirte; ¿y nosotros?" En su respuesta, Jesús promete que compartirán la vida eterna.