13 de julio de 2023, jueves de la 14ª semana
Gn 44, 18-21. 23-29; 45, 1-5; Mt 10, 7-15
Homilía
Todo ser humano es más grande que cualquiera de sus acciones. Los hermanos de José lo habían vendido a unos mercaderes en el desierto y habían mentido a su padre sobre su presunta muerte. Sin embargo, cuando José se encontró con ellos varios años después, en una situación completamente distinta, cuando ellos estaban necesitados y él era poderoso, seguían siendo para él sus hermanos, y los trató como tales.
Sean cuales sean nuestros pecados, seguimos siendo hijos de Dios y, por tanto, capaces de convertirnos. Sean cuales sean los pecados de nuestros hermanos y hermanas hacia nosotros, siguen siendo hijos de Dios y, por tanto, nuestros hermanos y hermanas, que merecen nuestro amor y nuestro perdón. Esta es una maravillosa revelación. En lo más profundo de nuestro ser, cada uno de nosotros es más grande que todo lo que pueda hacer, bueno o malo, porque todos hemos sido creados a imagen de Dios.
Cuando Jesús envía a sus discípulos en misión, les dice simplemente: "Curad a los enfermos, resucitad a los muertos, sanad a los leprosos, expulsad a los demonios", ¡como si se tratara de cosas bastante corrientes! La siguiente frase ya da alguna explicación: "El don que habéis recibido, dadlo como un regalo". El verdadero discípulo de Cristo no hace nada por su cuenta. Todo lo que da es un don que ha recibido; y por eso es tan normal, tan "natural" en cierto modo, que cure a los enfermos y resucite a los muertos como que diga: "El reino de Dios está cerca".
Un comportamiento tan radical, una "posesión" tan radical por parte de Dios, sólo es posible para quien se ha hecho radicalmente pobre, para quien sabe realmente que no puede hacer nada por sí mismo y que, por tanto, es sólo un instrumento en la mano de Dios. Esta pobreza radical del corazón debe expresarse en un comportamiento exterior: "No os proveáis de oro, ni de plata, ni de cobre en vuestros cinturones; ni bolsa de viaje, ni muda de camisa, ni sandalias, ni bastón".
Entonces, la persona que acepta depender totalmente de Dios es capaz de ser lo suficientemente humilde como para depender de sus semejantes. "El trabajador vale su sustento".
En esta enseñanza del Señor a sus discípulos, podemos encontrar indicaciones sobre las actitudes que pueden transformar un grupo de seres humanos en una auténtica comunidad. Para ser una comunidad cristiana debemos ser todos auténticamente pobres. Debemos acercarnos unos a otros con un corazón puro y pobre. Entonces podremos transmitirnos mutuamente los tesoros de Dios sin ningún tipo de orgullo ni de ambición, porque nunca olvidaremos que sólo somos instrumentos de Dios. Por otra parte, la misma pureza y pobreza de corazón nos permitirá perdonarnos cada vez que nuestro comportamiento no corresponda a la dignidad de nuestra llamada y a la imagen de Dios que todos llevamos.
Armand Veilleux